Una de las frases que me irritaban en mi juventud, allá por los años en que trabajaba de camillero en un hospital, era la que proclamaba solemnemente algún médico a unos familiares inquietos por el devenir de un enfermo: “Debemos esperar a que la enfermedad haga su curso”; a veces, más esperanzadoramente se hablaba del curso de “la terapia”. La frase se me antojaba una variante desvergonzada y clínica del irónico tema “Dime con quién vas y así lo sabré”, esto es,
una celebración enfática de lo evidente.
Con el tiempo, he mudado de opinión. Bien es cierto que, a toro pasado, el futuro desconocido deja de serlo, que la semántica sigue siendo la misma, sí, algo desvergonzada –“Es cosa clara que si
vas al espejo / verás tu cara” dice Perogrullo–, pero en mi ardor guerrero de juventud no me había dado cuenta de lo importante que es reconocer el poder del nemoroso paso del tiempo, de la actitud serena hacia el devenir, de lo que vale el “oficio de paciencia” del que habla Eugénio de Andrade (1923-2005), uno de los grandes poetas lusos de radiante y fecunda memoria.
El paciente –el que está enfermo o simplemente el que espera– no es el que se detiene en la estación o en la cola de la tanda; el paciente tiene algo de bíblico, de ancestral. Su conocimiento quizás resulte poco sofisticado para algunos, pero es eficaz, porque da a la observación de los detalles el protagonismo de la espera. El paciente es el que entre dos sucesos mayores, lo anterior y lo que ha de venir, se detiene y prueba a vivir de otro modo, con mayor sosiego, con una
mirada diferente porque no es depredadora sino interior y provechosa.
En Andrade está ese oficio, algo que se aprende, el poder de la compañía de la naturaleza, los árboles del camino, el clima imposible y siempre vencedor de todo y todos, el absoluto dominio del color azul en el paisaje atlántico, en el paisaje invernal, en nuestro romanticismo crepuscular.Y está lo irónico, el rumor de las espigas, que nos llevan a Roma, la lluvia que nos recuerda a Verlaine, junto a los olivos de Virgilio ni más ni menos que en Manhattan, o una luna surrealista que se inclina ante nuestros ojos por acción del viento. El lema es claro, y es difícil de
seguir como sucede con todos los lemas verdaderos: “Contenta-te com ser, hoje /amanhã / outro dia, esta luz, breve”.
Jordi Galves. “Cuestión de tiempo”, La Vanguardia. Culturas,
núm. 319, 30 de juliol de 2008, p. 8.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada